En la siempre complicada gestión de las alternativas políticas en un mundo convulso y en crisis, son muchos los fenómenos que se muestran con una apariencia muy diferente a la que es su verdadera realidad. Trataremos en este texto de desenmascarar algunas de las verdaderas identidades de esos movimientos emergentes que se muestran como la alternativa necesaria al orden dominante, pero que en esencia reivindican un falso movimiento aparente que no altere para nada las bases materiales de este orden que, ellos mismos, reconocen como profundamente injusto. Ahondando, como si de un palimpsesto se tratara, en su permanentemente alterado programa y en sus débiles principios modificados a golpe de declaración de sus líderes, para sonsacar alguna identidad real de sus propuestas y objetivos, llegamos rápidamente a la conclusión que su verdadera tarea histórica se limita a lo que tan claramente define el filósofo y miembro de Podemos, Santiago Alba Rico al afirmar en una reciente entrevista que “hace falta una revolución, una revolución que no secará todas las fuentes de opresión y de alienación, pero que nos permitirá ser -por fin- algunas veces reformistas y casi siempre conservadores” Una magistral definición que, además de marcar los límites reales de su propuesta política, establece con meridiana claridad su carácter de clase. Una pequeña y mediana burguesía no oligárquica, condenada a desaparecer en un acelerado y progresivo proceso de concentración capitalista y que, sufriendo en sus propias carnes la multitud de contradicciones sociales que crea y agudiza un decadente capitalismo que pone en cuestión la propia existencia de la vida en el Planeta, trata de echar la Historia para atrás y negar las necesidades del capitalismo para seguir reproduciéndose como sistema hegemónico. Un capitalismo de rostro humano, de libre competencia en el que los monopolios se plieguen a las necesidades de tenderos y comisionistas y en el que éstos, en pro de la convivencia entre ciudadanos blancos e iguales, cedan parte de sus plusvalías, a través de impuestos progresivos directos, para mantener unos buenos servicios sociales e importantes donaciones a las ONGDs para, con ello, tratar de frenar la oleada de hambreados que nos destrozan el bienestar de la burguesa y patriarcal mesa familiar del Domingo con la ocurrencia de subirse a la valla de Melilla o ahogarse en el Mediterráneo. Interesado idealismo que, en competencia directa con las necesidades históricas de la clase que todo lo produce, es aprovechado y/o gestado por la inteligencia del sistema para perpetuarse mediante la reproducción de espejismos de alternativa social real y posible al margen de la progresiva acumulación de fuerzas en lucha de clases y la toma del Poder por la clase obrera.
Eso es Podemos, esa nueva socialdemocracia que venimos analizando y que, con su omnipresente círculo morado, nos recuerda tanto a las famosas revoluciones de colores que desde Georgia a Venezuela, pasando por Bielorrusia y Ucrania, sirvieron de espejo a la estrategia del imperialismo en las llamadas primaveras árabes en las que, con importantes diferencias entre lo ocurrido en Egipto, Túnez, Libia o Siria, al final ha sido el pueblo el que ha puesto los muertos y el imperialismo el que ha salido reforzado en su posición geoestratégica. Una táctica imposible, con tan corto recorrido como el de sus hermanos griegos negociando con la Comisión Europea y el BCE, y que, para seguir sobreviviendo, más pronto que tarde, tendrá que asumir las estrategias de la oligarquía y el imperialismo para poder mantenerse como alternancia posible dentro del sistema.
En la tesis defendida por Esteban Hernández en su libro El fin de la clase media y resumida por el propio Alba Rico en que ésta –la clase media- se convierte en un obstáculo económico e ideológico para el desarrollo del capitalismo y que la izquierda está obligada a considerar, y orientar liberadoramente, el carácter «resistente» y «conservador» de esta clase media que ya no sirve para nada, se encuentra la madre ideológica de esta corriente política que recorre transversalmente el mundo ganado adeptos al mismo ritmo que crece su presencia en las pantallas de televisión y la desideologización del movimiento obrero y sus organizaciones políticas y sindicales.
Estas son las claves reales del debate que hoy debiera estar en boca de todo activista anticapitalista y a las que los y las comunistas invitamos a situarse a toda nuestra clase y al resto de sectores populares para iniciar una verdadera contraofensiva contra el sistema que, para asegurar su reproducción, nos niega todo lo que le ganamos luchando. Ese marco, que no contempla atajos y que sin duda es difícil y exige compromisos, es el único que nos permitirá avanzar en el camino de la verdadera liberación social y el único capaz de incorporar la totalidad de colisiones accesorias que se expresan en esta sociedad como fuente global de la Revolución y puntales de la contradicción principal capital – trabajo.
Por ello es que, si valoramos que las ideas sólo son fuerza en el momento que penetran en las masas, hemos de marcarnos como tarea urgente situar al movimiento comunista internacional con la capacidad de incorporar al proyecto de lucha por el Socialismo y el poder obrero y popular a amplios sectores de la población objetivamente perjudicada por el capitalismo en su fase actual de desarrollo (imperialismo). Objetivo que nos obliga a la hora de intervenir públicamente a trascender nuestros propios límites y, desde la defensa de nuestro programa consecuentemente revolucionario, desarrollar una táctica que sintonice plenamente con el interés humano general (objetivamente anticapitalista) y lograr, con ello, la incorporación efectiva de la clase obrera y los sectores populares a la tarea revolucionaria porque la identifican con la defensa consecuente de sus necesidades e intereses concretos. Nada que ver con el confusionismo programático reformista que, otorgando nuevas y constantes oportunidades al sistema, llama a los trabajadores y al pueblo a sumarse al proyecto colectivo de la gente que, si duda, dirige tácticamente en lo inmediato la pequeña y mediana burguesía, pero orientan y definen estratégicamente el imperialismo y los grandes monopolios.
Obama, Syriza, Podemos, Hollande, Dilma, Maidan, Tahrir, Altamira, Homs, Bengasi, cada uno con sus características diferentes dependiendo del papel previamente planificado que debiera jugar el pueblo (llenando plazas, tumbando sátrapas anacrónicos, cambiando gobiernos en las urnas, dando golpes de estado o tomando las armas) unen sus voces en el mismo grito interclasista del Yes we can para reformar el sistema y mejorar las condiciones de vida de toda la “gente”. Un sueño bonito si no fuera porque en el capitalismo en crisis la realidad demuestra de inmediato los límites de la reformas y obliga a cada quien a jugar el papel asignado sin salirse un ápice de lo previsto.
Desde 1789 que en las calles de la Francia revolucionaria el pueblo llenó de cadáveres las plazas para llevar, a la entonces emergente burguesía al poder, ya han sido muchas las experiencias –y los muertos- que el pueblo trabajador a puesto para beneficio final de la burguesía. Pongamos fin a esta espiral destructiva en la que se hayan instalados todos los derrotados que no conciben la posibilidad de, siguiendo el camino abierto por la Comuna y confirmado en 1917, tomar el cielo por asalto y llevar a la case obrera al Poder con la misión histórica de destruir todo lo que no nos vale de ese sistema –casi todo- y construir desde sus cenizas el nuevo y verdadero paradigma emancipador y libertario que tan urgentemente necesita la Humanidad.
Combatiendo a la nueva socialdemocracia.
Julio Díaz
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