En el estado español estamos viviendo la crisis en la cúspide del sistema de dominación. A la crisis capitalista (con sus consecuencias de paro, miseria, desahucios, recortes en servicios públicos, proletarización de amplias capas intermedias) se le han añadido el desgaste y descrédito de toda la superestructura del estado burgués, desde la Monarquía a los principales partidos burgueses y a la llamada “clase política” en general, por su incompetencia, su mediocridad y por los continuos escándalos de corrupción.
Los partidos “abiertos”, en oposición a esa situación, se presentan como externos a la “clase política”, formados por “ciudadanos que no vienen de la política” y “abiertos al contacto permanente con la sociedad”, con lenguajes y métodos de difusión más modernos y cercanos, con liderazgos jóvenes, sin manchas de corrupción en su pasado y preparados académicamente. Según sus defensores se trataría de una “nueva forma de hacer política” que regenerará no sólo el sistema político sino al conjunto de la sociedad.
Más allá de los embalajes externos y la propaganda, los partidos “abiertos” son la renovada cara de la socialdemocracia en un contexto que demandaba la renovación de las formas de dominación y de hegemonía para la perpetuación del sistema. No se trata de destruir o transformar el sistema, sino de modernizarlo y limpiar sus peores lacras (corrupción, cultura del pelotazo, etc).
Y para consolidar esa imagen de renovación y ruptura con el pasado, se adopta (sobre todo en las primeras fases de presentación pública) cierta fraseología movimientista de los 60-70 remozada con el lenguaje y medios técnicos cibernéticos actuales. No es casual que cuando las expectativas electorales han ido subiendo y el objetivo ha pasado a ser atraer votantes de la socialdemocracia moderada e incluso del centroderecha, esa fraseología “alternativa” o movimientista haya ido perdiendo peso en el discurso político de esos partidos.
Las principales características de estos llamados partidos abiertos son:
“Transversalidad”: en primer lugar en lo ideológico, proponiendo un modelo partido “atrápalo todo”, con fuerte ambigüedad ideológica (ni izquierdas ni derechas) y marcado carácter electoralista, centrando su discurso contra la clase política, la corrupción y la llamada “casta”. Y en segundo lugar, transversalidad también en lo social, con un discurso interclasista y ciudadanista (y populista en el sentido del pensamiento ilustrado de enfrentar al pueblo en su conjunto frente a la “casta”), que elude la caracterización de las clases sociales.
Fuertes liderazgos de un reducido grupo de personas relevantes con gran protagonismo mediático (Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero, Iñigo Errejón, Ada Colau, etc), prácticamente todos ellos profesionales liberales (la mayoría politólogos, sociólogos o estudios similares). Pese a la retórica ultra-democrática, el liderazgo de estos personajes ejerce en la práctica un importante papel de cohesión de estas organizaciones. Otro aspecto claramente significativo es la ausencia de personas de clase obrera entre estos dirigentes mientras en su discurso pretenden identificarse como “los de abajo”.
Elección de candidatos por primarias abiertas, cuestión que se plantea como una superación del control por parte de los aparatos partidarios de los “oscuros” mecanismos de elección de los candidatos, en los que primaría los intereses personales o la fidelidad a los líderes superiores.
La realidad a este respecto se ha ido mostrando mucho menos idílica: en partidos que pretenden ser “abiertos” como Podemos, es evidente el control de la inmensa mayoría de las candidaturas (tanto a nivel estatal como autonómico) por el reducido grupo de personas que controla la cúspide del partido, optando siempre por presentar listas completas a pesar de la retórica de las listas abiertas. El protagonismo mediático de esos dirigentes hace imposible en la práctica la competencia con esas candidaturas patrocinadas por Pablo Iglesias y sus personas de confianza. El caso de Aragón, donde el protagonismo mediático lo tenía el rival del grupo oficialista, Pablo Echenique, que obtuvo una clara victoria, demuestra el peso de los medios de comunicación en estas elecciones supuestamente “puras”.
La justificación de esta concentración de poder se ha basado en dos argumentos: la necesidad de una organización cohesionada para alcanzar el poder (el gobierno para ser exactos) y la imposibilidad de controlar toda la organización, especialmente los círculos locales, ante la posible llegada de arribistas o personas ajenas al ideario político oficial. Ambos argumentos demuestran la hipocresía de la retórica asambleísta de los inicios de estos partidos “abiertos” y la ingenuidad de quienes la creyeron.
Por otro lado, en la organización de candidaturas unitarias a nivel municipal (toda vez que se anunció que no concurrirían listas con la marca “Podemos”) se ha fraguado en la inmensa mayoría de los casos en base a las negociaciones entre diferentes partidos políticos (entre sus cúpulas obviamente), negociando listas conjuntas con reparto de puestos o sistemas de ponderación de los votos en las primarias, es decir, en torno a la confección de las listas y el reparto de puestos.
Es igualmente significativo que al menos en el debate público las diferentes candidaturas y corrientes estatales o autonómicas apenas hayan mostrado discrepancias en torno al proyecto político, mostrando más bien que la cuestión de fondo era el control de la organización del partido. La aprobación de la figura del secretario general o la confrontación del sector de Pablo Iglesias con el expartido Izquierda Anticapitalista (al que se obligó a cambiar su forma jurídica para poder permanecer dentro de Podemos y al que se dejó fuera de muchas candidaturas “oficialistas” como la de Madrid, aunque en Andalucía sí que se pactó una lista unitaria liderada por Teresa Rodríguez gracias a su presencia mediática) son algunos de los ejemplos más conocidos de esas polémicas. Pero ejemplos polémicos como los de Cantabria o La Rioja demuestran algo que debería ser obvio: la elección por primarias lejos de ser la panacea, es fácilmente manipulable y no elimina en ningún caso las intrigas y conflictos internos.
LA DEFENSA DEL CENTRALISMO DEMOCRÁTICO Y DE LOS SINDICATOS
Para los y las comunistas la crítica y la autocrítica deben ser pilares fundamentales no sólo de nuestra militancia práctica sino también de nuestra moral revolucionaria. La defensa ideológico-política de los pilares organizativos básicos de la clase obrera, el partido revolucionario y el sindicato debe necesariamente incluir esos aspectos de crítica y autocrítica para analizar por qué gran parte de la clase obrera hoy rechaza abiertamente o desconfía de esos instrumentos de lucha.
Pero la crítica y la autocrítica se convierten en autodestructivas si no hay una claridad en el análisis socio-histórico, si no hay un proyecto político definido y la firmeza militante necesaria para defenderlo y desarrollarlo. Un ejemplo claro de ello es la deriva hacia la nada de Izquierda Unida, arrollada por el avance de Podemos pero sobre todo por su incapacidad para defender ideológicamente un proyecto político propio, por las traiciones desde dentro, corroída por disputas internas y mareada por sus propios dirigentes que no han cesado de mendigar un pacto con Podemos hasta que ha sido evidente la negativa de este último. Habrá que ver cómo termina este viaje hacia la nada de IU, pero en algunos aspectos recuerda al de Rifondazione Comunista en Italia. La firmeza del proyecto político del KKE en Grecia para resistir el avance de Syriza supone un contraste total.
Volviendo a la cuestión de las críticas que recibe el centralismo democrático y a la ideología revolucionaria, podemos resumirlas en los siguientes puntos principales:
Autoritarismo y jerarquización de la organización, controlada por los órganos dirigentes sin apenas dar posibilidad de participación a las bases.
Dogmatismo ideológico, defendiendo una ortodoxia de hace décadas frente a los cambios sociales y aspiraciones de la mayoría de la población.
Defender el centralismo democrático no significa negar que esas lacras organizativas se dieron en muchas ocasiones en el movimiento comunista y podrían volver a darse. Defender el centralismo democrático significa aplicarlo en todo su significado, estar vigilantes frente a las desviaciones y manipulaciones que pudieran surgir, así como saber desmontar la seductora retórica de quienes nos quieren embarcar en viajes hacia el vacío político y organizativo.
En nuestro 9º Congreso los y las militantes del PCPE, haciendo autocrítica de los errores organizativos que hemos cometido o podríamos cometer, aprobamos unas tesis que refuerzan nuestro compromiso con el centralismo democrático correctamente aplicado. Sería demasiado largo reproducir aquí todas las ideas que debatimos y aprobamos en aquel momento (siendo además un documento de fácil acceso en nuestra web), pero frente a las críticas antes mencionadas se puede destacar que en el PCPE afirmamos los siguientes principios:
Los principios de que las células de base son la garantía de la acción del Partido, de que toda elección es de abajo arriba, de que toda decisión es colectiva. Pero, al mismo tiempo, los principios de que los órganos superiores representan la decisión de la mayoría y sus decisiones deben ser respetadas, y que la unidad del partido es unidad ideológica, política y de acción, siendo fijada nuestra línea política por el Congreso del Partido.
El principio de que un partido comunista que no debate ni polemiza es un partido incapaz de analizar la realidad y responder a la complejidad de la lucha de clases, que un partido comunista que no está entre las masas y en la lucha de las masas es incapaz de avanzar. Pero a la vez, el principio de que es necesario el papel de vanguardia político-ideológica del partido y de que todos los debates se dan en los órganos democráticos del partido y en el tiempo de debate que corresponde, no en las redes sociales ni cuando los medios de comunicación capitalistas pretendan imponernos.
Y, por supuesto, el principio de la necesidad del partido de la Revolución, pues los modelos organizativos “abiertos” o “movimentistas” pueden ser útiles a corto plazo para aglutinar más personas o corrientes, pero serán completamente inútiles a largo plazo para la clase obrera y el proyecto revolucionario.
Respecto a los sindicatos habría que añadir a las críticas respecto a su burocratización y jerarquización, la crítica contra la corrupción y el papel de “vividores” de los liberados sindicales.
Nadie ha sido más crítico que el PCPE contra las políticas del Pacto Social, contra la burocratización de los sindicatos y su degeneración en gestorías de servicios, contra el papel de unas cúpulas y burocracias sindicales que se dedican a los despachos en lugar de a la lucha, pero también muy pocas organizaciones (si es que hay alguna) defenderán con tanta convicción la necesidad de los sindicatos frente a los ataques anti-sindicales que no vienen sólo desde la patronal y sus portavoces políticos o mediáticos, sino también desde diversas corrientes izquierdistas, movimentistas o ciudadanistas.
Todos recordamos los lemas antisindicales a los que se daba cabida en el 15-M o más recientemente los intentos de crear un sindicato vinculado a Podemos (“Somos sindicalistas”) que en su documento fundacional en lugar de analizar la realidad de los trabajadores y lanzar una plataforma reivindicativa dedicaba casi todo su esfuerzo a hablar de los liberados y las subvenciones de los sindicatos (además de permitir la inclusión de empresarios en sus filas, un buen ejemplo de la transversalidad aplicada al sindicalismo).
En un contexto de crisis del capitalismo, con varios millones de parados y otros varios millones de trabajadores que no alcanzan el salario mínimo, con las sucesivas reformas laborales y la pérdida de derechos, con los intentos de eliminación de la negociación colectiva y la explotación ilegal que sufren millones de trabajadores, con el endurecimiento de la represión contra el movimiento obrero (con cientos de trabajadores condenados a penas de cárcel –el último ejemplo lo tenemos en los mineros de Villablino- o imputados por participar en piquetes o luchas obreras), los movimientos antisindicales sólo pueden debilitar la única defensa de los trabajadores para mantener nuestros ya exiguos derechos, además de ser las únicas organizaciones de masas que nos quedan a la clase obrera y el pueblo trabajador.
La recuperación del sindicalismo de clase, honesto, unitario, combativo, democrático, con base en las asambleas de trabajadores, no se logrará con demagogias antisindicales, sino con la militancia y con un proyecto estratégico y táctico que los comunistas del PCPE identificamos con los Comités de Unidad Obrera. Lo otro es ejercer de tontos útiles al servicio capital, que sabe que su único medio de supervivencia es aumentar la explotación de la clase obrera y cuantas menos barreras encuentra más rápido avanzará en eliminar nuestros derechos.
CONCLUSIÓN: AUTOCRÍTICA CON FIRMEZA REVOLUCIONARIA FRENTE A MODAS
La autocrítica, el debate colectivo, el respeto a la mayoría y la unidad del partido, el análisis de nuestra práctica y de los errores que cometemos en ella, la disposición de corregirlos, el saber hablar y escuchar a nuestra clase, el estar enraizados en la lucha diaria de los trabajadores, son principios irrenunciables de la moral y la militancia comunista. Como escribió Lenin, “la revolución empieza por casa”.
Pero también lo son la firmeza política, la capacidad de confrontar ideológicamente con quienes con lenguajes más antiguos o más modernos quieren desviar nuestra rabia hacia callejones sin salida que sólo nos conducirán a nuestro desarme ideológico y organizativo y a la refundación del sistema de dominación con formas más atractivas. Como también escribió Lenin, “la verdad es siempre revolucionaria” y los comunistas del PCPE siempre la decimos, la gritamos y la pintamos, incluso cuando no es popular o va contra la corriente de moda.
¡Combatiendo a la nueva socialdemocracia!
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