La Revolución Socialista de Octubre, de la que este año se cumple 100 años de su triunfo, significa un hito en la historia de los pueblos. Marca, sin lugar a dudas, un punto y seguido, una nueva etapa en la evolución de la humanidad. Por tanto, es un acontecimiento que debemos continuar reflexionando debido a que seguimos trascendiendo el camino de Octubre. Este acontecimiento histórico marcó la división de la humanidad entre el proyecto de los poderosos, de las clases dominantes, con el de los explotados, los oprimidos; la burguesía frente al proletariado. Esa lucha de proyectos también queda reflejada en la propia interpretación de la Revolución de Octubre. Así la burguesía ha estado presta a convocar a toda su intelectualidad a fin de interpretar en función de sus intereses lo que fue ese hito histórico, sabiendo ella misma (la burguesía) la trascendencia que tiene aún esa conmemoración revolucionaria. Estamos en plena lucha ideológica. De ahí la importancia que tiene que el campo proletario continúe elaborando una interpretación acorde con su propia teoría marxista-leninista que le permita sustraer toda la enseñanza que la Revolución Socialista en Rusia tiene para la clase obrera mundial.
Dentro del campo proletario, las interpretaciones teóricas sobre dicho acontecimiento son diversas y amplias; pero todas dependen, a su vez, de la capacidad que tengan las organizaciones y partidos que se reclaman del marxismo-leninismo; de captar, reflexionar y elaborar sobre la revolución con un criterio leninista. Y esto no es fácil, desde luego. Se ha hecho un lugar común en el campo del comunismo internacional la apelación a la retórica vacía de la “Gran Revolución Socialista de Octubre”, colocándola como un hecho casi sagrado, mágico, y que por el mero hecho de nombrarla con el epíteto “Gran” ya tiene otorgada la categoría de hito histórico. Eso tiene que ver con una interpretación ahistórica, mecánica y dogmática de la capacidad teórica y práctica del leninismo. Porque la primera conclusión que podemos extraer de este acontecimiento histórico es que la Revolución de Octubre, su preparación y su posterior desarrollo como estado de la dictadura del proletariado, fue obra del leninismo, como desarrollo teórico y práctico del marxismo; justo en su exacta dimensión: como guía para la acción revolucionaria del proletariado y las masas populares. Y eso es precisamente lo que nosotros y nosotras como comunistas del siglo actual debemos reivindicar: el leninismo como gran obra revolucionaria totalmente actual.
La vigencia del leninismo como elaboración viva y dialéctica del movimiento obrero que tuvo su mayor expresión histórica, hasta el momento, en el triunfo proletario de Octubre.
Para constatar la vigencia del leninismo, tenemos que leer e interpretar a Lenin desde el momento actual. Como revolucionarios inscritos e inmersos en las grandes contradicciones que emanan de las sociedades capitalistas contemporáneas. Tal como lo hizo Lenin con respecto a la sociedad rusa de principios del siglo XX. De la sociedad rusa, a su vez, inscrita en el desarrollo del capitalismo internacional que generaba unas relaciones de las que Rusia estaba integradas. Ese fue el comienzo de toda acción leninista; el estudio, análisis pormenorizado (objetivo) dialéctico de las relaciones sociales, políticas y económicas que generaba el capital en su época. Este análisis científico de la realidad múltiple y variada de una sociedad era su punto de partida teórico, para ir definiendo los instrumentos prácticos organizativos junto con el arsenal teórico que permitiera al proletariado y a las masas populares colocarse en condiciones políticas para actuar como sujeto histórico, definiendo sus sectores de vanguardia y relacionando éstos con el instrumento revolucionario de vanguardia, para estar en condiciones históricas de situarse en el escenario de la lucha de clases en posibilidades de derrotar a la burguesía. Eso fue Octubre, la enorme capacidad teórica y práctica del bolchevismo, como cuerpo político del leninismo en Rusia, para analizar las contradicciones dinámicas y múltiples que generaron el desarrollo capitalista para ir trazando el proceso de acumulación de fuerzas políticas e ideológicas en el campo revolucionario que permitiera el asalto al poder burgués y su derrota. El leninismo no es ni fue, una expresión de la capacidad enorme de tacticismo revolucionario, una hábil capacidad para desenvolverse en el coyunturalismo de las circunstancias históricas, sino, por el contrario, una capacidad de interpretar la realidad conforme al marxismo crítico y vivo para colocarlo como arma práctica de la organización revolucionaria para que ésta sea el instrumento útil y eficaz de la clase obrera para su liberación. Porque esa es la palanca de Lenin para el cambio revolucionario: la organización revolucionaria.
Hoy asistimos en el escenario internacional a una escalada agresiva y bélica en el desarrollo del proceso acumulativo del capital. Tal como sucedió en la etapa precedente de la Revolución de Octubre. La crisis estructural del capital implementa una política de ataque brutal, sistemático, permanente a las condiciones de vida y trabajo de la clase obrera y los sectores populares. Es un proceso histórico que marca toda una tendencia de agudización de la lucha de clases. La oligarquía necesita degradar la fuerza de trabajo, fulminando las conquistas sociales y políticas que la clase trabajadora pudo arrebatarle tras las contiendas imperialistas mundiales en las que la Revolución de Octubre tuvo trascendental importancia como ejemplo para las masas trabajadoras. En ese sentido las condiciones históricas que determinaron el triunfo de octubre siguen siendo actuales, de ahí, por tanto, la importancia que cobra el leninismo como factor revolucionario. Pero frente a la agudización de las contradicciones objetivas que se enfrenta el capital, el deterioro en la subjetividad de las fuerzas populares sitúa un elemento determinante en la lucha de clases. Es que las fuerzas sociales que motorizan la resistencia al capitalismo parecen haberse conformado con proclamar la obsolescencia de aquellos formatos tradicionales de representación política desentendiéndose por completo de la necesidad de discutir el tema y buscar nuevas vías y modelos organizativos. En su lugar ha ganado espacio una suerte de romanticismo político consistente en exaltar la combatividad de los nuevos sujetos contestatarios que sustituyen al moribundo proletariado clásico, elogiar la creatividad puesta de manifiesto en sus luchas y la originalidad de sus tácticas, y pregonar la caducidad de las concepciones teóricas preocupadas por las cuestiones del poder, el estado y los partidos. Las clases sociales se diluyen en los nebulosos contornos de la “multitud”; los problemas del estado desaparecen con el auge de la crítica al “estado-centrismo” o los reiterados anuncios del fin del estado-nación; y la cuestión crucial e impostergable del poder se desvanece ante las teorizaciones del “contra-poder”.
Este debate actual sobre los problemas de la organización, del poder, y de los sujetos que a través de su organización están en condiciones de disputar el poder a la burguesía, fueron los elementos que Lenin colocó en el debate del marxismo en Europa y en el seno del marxismo ruso de su época.
Esta preocupación, explicable sin dudas por la fenomenal desorganización imperante en el campo popular bajo el zarismo, aparece ya con total claridad en la primera obra importante de Lenin, ¿Quiénes son los amigos del pueblo?. En ese pequeño libro, Lenin coloca el tema de la organización en lo más alto de la agenda de la naciente socialdemocracia rusa. Escribiría que “el proletariado, en su lucha por el poder, no tiene más arma que la organización”, sentencia ésta que es más verdadera hoy que ayer. De ahí el feroz ataque de Lenin a lo que, denominaba las “formas artesanales” de organización de los círculos socialdemócratas rusos, y al pensamiento ideológico que avala esas formas artesanales de organización totalmente ineficaces para la lucha que el proletariado revolucionario debe emprender. El énfasis tan fuerte puesto por Lenin sobre la constitución de una organización partidaria, sólida, duradera, resistente a las persecuciones policiales, a las infiltraciones de los servicios de inteligencia del zarismo y a sus distintas operaciones, no obedece a un sesgo autoritario de Lenin, como dice la historiografía burguesa, sino que era una respuesta absolutamente racional y apropiada dadas las condiciones particulares en que se desenvolvía la lucha de clases en la Rusia de los zares. Además, es conveniente recordar que la centralidad del problema de la organización era, en Lenin, por encima de cualquier otra clase de consideración, una cuestión política ligada estrechamente a su concepción de la estrategia revolucionaria. No se trataba, por lo tanto, de una opción meramente técnica sino profundamente política.
Este debate en torno a la organización, en el que Lenin, en su momento, participó de modo decisivo y determinante, contrasta con la apatía con que se manifiesta hoy en el campo de la izquierda el trascendental papel de la organización política; lo que predomina es un activismo que se materializa en la exaltación de la acción por sí misma y, en todo caso, en la búsqueda obsesiva de nuevos enfoques, conceptos y categorías que permitan capturar las situaciones supuestamente inéditas que deben enfrentar las luchas emancipadoras en la época actual. El supuesto que parte esta actitud, es que nada puede aprenderse del debate que estallara hace poco más de un siglo en Europa, y del que Lenin participó activamente. La intensa propaganda sobre la llamada “crisis del marxismo” hizo mella en las fuerzas populares y se expresa en el rechazo ante toda tentativa de discutir la problemática de la organización, la estrategia política y la conquista del poder teniendo como referencias teóricas los elementos abordados en el clásico debate de comienzos del siglo XX europeo.
En lugar de eso prosperan en el campo popular, reflexiones que plantean para la izquierda la inutilidad o la inconveniencia de conquistar el poder. Esto se produce en momentos ya comentado de aguda crisis capitalista que ha puesto en pie a sectores sociales hasta ahora adormecidos que han emergido planteando nuevas formas organizativas y de representación social. Es, por tanto, vital que los partidos comunistas hagan del leninismo el factor teórico determinante en la lucha ideológica.
¿Pero qué Lenin debemos recuperar, actualizar y teorizar?, para hacer frente a la lucha ideológica del momento. El leninismo ha sufrido una lucha de desgaste, de manipulación que corresponde no sólo a las fuerzas del oportunismo sino que cae de lleno en aquellas fuerzas que no paran de gritar su adhesión al mismo; lo cierto es que el leninismo se ha codificado, se ha transformado de un marxismo viviente y una “guía para la acción” en un manual de auto-ayuda, genérico, para revolucionarios desorientados, que ha tenido lamentables consecuencias sobre varias generaciones de activistas y luchadores sociales. La canonización del leninismo como una doctrina oficial de una parte importante del movimiento comunista internacional acarreó graves consecuencias en el plano de la teoría tanto como en el de la práctica. Un oportuno y necesario “retorno a Lenin” nada tiene pues que ver con un regreso al leninismo codificado, sino con una atenta relectura del brillante dirigente que con la Revolución Rusa abrió una nueva etapa en la historia universal. Regresar a Lenin no significa pues volver sobre un texto sagrado, momificado, sino regresar a una inagotable fuente de la que brotan preguntas e interrogantes que conservan su actualidad e importancia en el momento actual. Interesan menos las respuestas concretas y puntuales que el revolucionario ruso ofreciera en su obra (dado que Lenin actuó muchas veces sobre el análisis concreto) que las sugerencias, perspectivas y encuadres contenidos en la misma. No se trata de volver a un Lenin canonizado porque éste ya no existe. Saltó por los aires junto al derrumbe de los estados que lo había erigido en un icono tras el que se erigían las fuerzas neoburguesas que permitieron el regreso al capitalismo en Rusia, ofreciendo, por otro lado, la oportunidad de acceder al Lenin original sin la censurante mediación de sus intérpretes, comentaristas y codificadores oficiales. Este derrumbe del llamado “socialismo real” arrastró consigo, en un movimiento muy vigoroso, a toda la tradición teórica del marxismo, y de la cual Lenin es uno de sus máximos exponentes. Afortunadamente ya estamos asistiendo a la reversión de dicho proceso, pero aún queda un trecho muy largo que transitar. Y en ese camino, los partidos marxistas-leninistas deben situarse a la vanguardia.
Convendría dar el paso de vislumbrar lo que aportó el análisis leninista a la lucha de clases, política e ideológica en su momento, en el momento histórico de situar al leninismo en la aportación fundamental del desarrollo del marxismo.
En primer lugar, la lucha contra el revisionismo en un momento de auge del mismo, tal cual es hoy en día. Su lucha contra el revisionismo adquiría las características de lucha contra el economismo, el revisionismo que derivaba de la concepción oportunista del marxismo en Bernstein. Éste inicia en el seno de la socialdemocracia alemana, la más fuerte de su época, toda un ataque al carácter revolucionario del marxismo. Lenin expone de manera brillante la naturaleza revisionista de esa interpretación bernsteniana que cobra total actualidad ante el oportunismo contemporáneo: “La socialdemocracia debe transformarse: de partido de la revolución social, en un partido democrático de reformas sociales. Bernstein ha apoyado esta reivindicación política con toda una batería de ‘nuevos’ argumentos y consideraciones bastante armoniosamente concordada. Ha sido negada la posibilidad de fundamentar científicamente el socialismo y de demostrar, desde el punto de vista de la concepción materialista de la historia, su necesidad e inevitabilidad. Ha sido negado el hecho de la miseria creciente, de la proletarización y de la exacerbación de las contradicciones capitalistas. Ha sido declarado inconsistente el concepto mismo del ‘objetivo final’ y rechazada en absoluto la idea de la dictadura del proletariado. Ha sido negada la oposición de principios entre el liberalismo y el socialismo. Ha sido negada la teoría de la lucha de clases, pretendiendo que no es aplicable a una sociedad estrictamente democrática, gobernada conforme a la voluntad de la mayoría, etcétera”. Lo que observa Lenin es que el giro político que va de la revolución a la reforma implica una ofensiva sin precedentes contra las ideas centrales del marxismo. El revisionismo, lejos de ser una reflexión original producida al interior del pensamiento marxista, no es otra cosa que la importación de los contenidos de la literatura burguesa en el seno del movimiento socialista internacional. La síntesis teórica de Bernstein era: el capitalismo había llegado a configurar una estructura con capacidad de autorregulación que rebatía un argumento central del análisis marxista: la naturaleza cíclica de la producción capitalista y su tendencia crónica a las crisis periódicas. Por otra parte, la consolidación de las libertades públicas y la democracia burguesa aparecían como un contrapeso efectivo a las tendencias de pauperización creciente del capitalismo originario, lo que abría el sendero de un socialismo que para triunfar podía evitarse la guerra civil al utilizar de manera inteligente el gradualismo parlamentario.
Como vemos el reformismo carece de capacidad de renovarse y regenerarse. La capacidad de autorregulación del sistema fue sobreestimada por Bernstein y, como dramáticamente lo ha demostrado el siglo XX, para sobrevivir, el capitalismo ha debido montar una carnicería de enormes proporciones bajo la forma de continuas guerras y el silencioso exterminio de cien mil seres humanos que, hoy en día, mueren a causa del hambre o de enfermedades perfectamente curables. Marx anticipó genialmente estas tendencias, vio la catástrofe hacia la cual nos conducían, pero también previó que el triunfo del socialismo no era inevitable y que si se verificaba la imposibilidad de su victoria el resultado podría ser la barbarie más desenfrenada, algo que ya estamos empezando a ver en nuestros días. Las incesantes transformaciones de las fuerzas productivas y el surgimiento de nuevas áreas de actividad mercantil alentaron la expansión de las “nuevas clases medias”. Éstas, junto a la aparición de una “aristocracia obrera”, parecían refutar las predicciones originales de Marx sobre la materia, y fue precisamente eso lo que señaló Bernstein en su obra. Pero éste se equivocó. ¿En dónde estaba su error? Se equivocó porque generalizó a partir de situaciones concretas, propias de los países capitalistas del norte de Europa, y porque no supo captar las tendencias más profundas y de larga duración. Cien años después, las tendencias pauperizadoras y polarizantes del capitalismo son axiomas que no requieren de demostración alguna pues resultan evidentes a simple vista. Y esto se verifica tanto en el plano internacional, por la acción del imperialismo, como en el plano nacional, en donde la pobreza y la exclusión social se presentan con rasgos absolutamente claros y definidos.
Por último, podemos también concluir que el entusiasmo de Bernstein sobre el parlamentarismo socialista era injustificado. Si bien los partidos socialistas y comunistas pudieron instituir una legislación obrera y, en general, ciudadana que cristalizó en el llamado “estado de bienestar”, no es menos cierto que en dichos países no se avanzó un ápice en la dirección del socialismo, y que, tal como lo pronosticara Rosa Luxemburgo, las sucesivas reformas no sirvieron para cambiar el sistema sino para consolidarlo y dotarlo de una gran legitimidad popular. Para esta autora el reformismo construido a partir del triunfo de la revolución burguesa no trasciende los límites de la misma. Bajo ciertas y muy especiales condiciones, sin embargo, el reformismo puede sentar las bases para un salto revolucionario. Pero tal posibilidad está indisolublemente unida a un cambio radical en la conciencia de las masas y sus capacidades de organización y acción. Y ese es precisamente el desafío práctico con que se enfrentaba Lenin en la Rusia zarista. Lenin entendía que para la construcción de un proyecto revolucionario para Rusia lo principal era un ataque decidido y feroz al revisionismo. Lo primero que hace es definir al mismo: El revisionismo es menos una tendencia crítica que una nueva variedad del oportunismo, y debe por lo tanto ser combatido con toda energía por las fuerzas revolucionarias.
Según Lenin, el revisionismo corrompió la conciencia socialista, envileció el marxismo predicando la teoría de la colaboración de clases y la atenuación de las contradicciones sociales, renegó de la revolución social y la dictadura del proletariado y redujo la lucha de clases a un “tradeunionismo” estrecho y a la lucha “realista” por pequeñas y graduales reformas que traicionan el ideal revolucionario. Sin teoría revolucionaria no puede haber práctica revolucionaria. Esta es, probablemente, una de las tesis más conocidas de Lenin, y cuya actualidad e importancia se ha tornado indiscutible en nuestros días. En su obra, así como en múltiples intervenciones a lo largo de su vida, Lenin le concede una enorme importancia a la teoría. Por eso dice que lo que quieren los revisionistas no es tanto sustituir una teoría por otra sino prescindir de toda teoría coherente y auspiciar un eclecticismo totalmente falto de principios.
La importancia de la teoría se corroboraba también por obra de dos circunstancias adicionales. En el primer caso, debido al carácter internacional del movimiento socialdemócrata que obligaba no tanto a conocer otras experiencias de luchas nacionales como a asumir una actitud crítica frente a las mismas. Segundo, por las responsabilidades especiales que recaían sobre el partido ruso, que debía liberar a su pueblo del yugo zarista y, al mismo tiempo, demoler el más poderoso baluarte de la reacción no sólo europea sino también asiática. Esta inédita responsabilidad del proletariado ruso lo colocaba, según Lenin, objetivamente en la vanguardia del proletariado revolucionario internacional. Y esta tarea mal podía cumplirse sin el auxilio de una teoría correcta.
En apoyo de su elevada valoración del papel de la teoría, Lenin remite a la distinción que hiciera Engels en su libro Las Guerras Campesinas en Alemania, en el cual distingue entre luchas políticas, económicas y teóricas. En dicho texto, Engels señala el hecho de que los obreros alemanes pertenezcan al pueblo más teórico de Europa, preservando dicho sentido cuando las llamadas “clases cultas” de Alemania lo habrían perdido hace rato. Es este talante teórico el que ha impedido que prosperen en ese país las corrientes “tradeunionistas” que, debido por ejemplo a la indiferencia teórica de los ingleses, se arraigaron en Gran Bretaña; o la confusión y el desconcierto sembrado por las teorías de Proudhon en Francia y Bélgica; o el anarquismo caricaturesco prevaleciente en España e Italia. Engels agrega que esta pasión por la teoría se refuerza por el hecho de que el alemán es el último en incorporarse al movimiento socialista internacional, y que ha podido aprender de sus luchas, sus errores y sus fracasos. Engels concluía este análisis, citado largamente por Lenin, diciendo que “Sobre todo los jefes deberán instruirse cada vez más en todas las cuestiones teóricas, desembarazarse cada vez más de la influencia de la fraseología tradicional, propia de la vieja concepción del mundo, y tener siempre presente que el socialismo, desde que se ha hecho ciencia, exige que se le trate como tal, es decir, que se le estudie. La conciencia así lograda y cada vez más lúcida debe ser difundida entre las masas obreras con celo cada vez mayor…”. La enseñanza y divulgación de la teoría revolucionaria se convierte, en consecuencia, en una de las tareas principales del partido. De ahí la importancia del debate teórico, o de eso que en nuestros tiempos Fidel Castro ha denominado “la batalla de ideas”. Se comprende que tal valoración de los componentes teóricos sea incompatible con un modelo organizativo que, como ocurría con los ingleses, hacía gala de su indiferencia ante la teoría o, como ocurre en nuestro tiempo, convierte al eclecticismo teórico en un signo de madurez política.
Otro aporte fundamental de Lenin a la concepción marxista es que la cuestión de la conciencia revolucionaria. La conciencia socialista no brota espontáneamente de las luchas del proletariado (y otros sujetos políticos).
A diferencia de muchos izquierdistas, Lenin era sumamente escéptico en relación al impulso revolucionario de las masas. No creía, como algunos en su tiempo y muchos en el nuestro, que en ellas existiera una tendencia arraigada a subvertir el orden social. Se trata de una convicción que se advierte a lo largo de toda la obra de Lenin y no tan sólo como producto de una observación circunstancial. Conviene recordar, con relación a este tema, que en El “izquierdismo”, enfermedad infantil del comunismo, Lenin describe el estado “normal” de las masas (es decir, fuera de las coyunturas revolucionarias) como casi siempre apáticas, inertes y durmientes; por excepción abandonan su estado normal y se lanzan activamente a la construcción de un nuevo mundo. De ahí la importancia del partido de vanguardia y de los revolucionarios profesionales, que las incitaran y orientaran a movilizarse y a actuar. Para llegar a esta tesis, Lenin analiza tanto los desarrollos históricos de las luchas de clases en Rusia como en el resto de Europa, y hace suyos los argumentos esgrimidos por el ala izquierdista en el debate de la socialdemocracia alemana. En uno de sus párrafos más rotundos, Lenin observa que: “Hemos dicho que los obreros no podían tener conciencia socialdemócrata. Esta sólo podía ser introducida desde fuera. La historia de todo los países atestigua que la clase obrera, exclusivamente con sus propias fuerzas, sólo está en condiciones de elaborar una conciencia tradeunionista, es decir, la convicción de que es necesario agruparse en sindicatos, luchar contra los patronos, reclamar del gobierno la promulgación de tales o cuales leyes necesarias para los obreros, etcétera. En cambio, la doctrina del socialismo ha surgido de teorías filosóficas, históricas y económicas que han sido elaboradas por representantes instruidos de las clases poseedoras, por los intelectuales. Por su posición social, también los fundadores del socialismo científico contemporáneo, Marx y Engels, pertenecían a la intelectualidad burguesa. Exactamente del mismo modo, la doctrina teórica de la socialdemocracia ha surgido en Rusia independientemente en absoluto del crecimiento espontáneo del movimiento obrero, ha surgido como resultado natural e inevitable del desarrollo del pensamiento entre los intelectuales revolucionarios socialistas…”.
A partir de este análisis Lenin lanza un ataque hacia lo que denomina “el culto de la espontaneidad”. Se trata de un tema cuya vigencia, lejos de haberse anulado, adquiere hoy grandes proporciones. El supuesto de este culto es que las masas tienen un conocimiento especial de su propia situación y de la sociedad en la cual se hallan insertas, de su estructura y de los rasgos que definen su coyuntura, lo que confiere a sus iniciativas espontáneas una certera dirección revolucionaria. Consciente de la debilidad de esta argumentación, Lenin advertía que la celebración del espontaneísmo equivalía, “en absoluto independientemente de la voluntad de quien lo hace, a fortalecer la influencia de la ideología burguesa sobre los obreros ”dado que en el capitalismo hay dos ideologías, y sólo dos, burguesa o socialista (y no hay ninguna “tercera” ideología en una sociedad de clases), toda concesión que nos aleje del socialismo termina favoreciendo a la burguesía. La lucha espontánea de los trabajadores remata en el “tradeunionismo”, en la lucha exclusivamente sindical; es decir, sucumbe ante la dominación ideológica de la burguesía y los conduce, en los hechos, a renunciar al socialismo.
Otra característica básica del pensamiento leninista parte de este axioma: La tarea de la socialdemocracia es transformar la lucha sindical en una lucha política socialdemócrata.
La lucha por las reformas económicas, las batallas “tradeunionistas” por la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores, son imprescindibles pero no suficientes. Es necesario luchar también por la libertad y el socialismo, porque el gobierno deje de ser autocrático y abra las puertas a la democracia. La transformación de la lucha económica y sindical en lucha política socialdemócrata exige “aprovechar los destellos de conciencia política que la lucha económica ha hecho penetrar en el espíritu de los obreros para elevar a éstos hasta el nivel de la conciencia política socialdemócrata”. El partido debe ser la vanguardia del desarrollo político. Si el socialismo debe ser introducido “desde fuera”, el partido debe “ir a todas las clases de la población” para diseminar las ideas socialistas. Ese “ir a todas las clases” supone que los socialdemócratas asumen papeles de propagandistas, agitadores y organizadores; de educadores que exponen ante todo el pueblo los objetivos democráticos generales de su lucha. Pero si el partido quiere ser vanguardia “es necesario precisamente atraer a otras clases”.
La gran aportación que efectúa Lenin a la concepción comunista es la organización revolucionaria. Su método y su funcionamiento eficaz y efectivo como instrumento revolucionario de acción política.
En ese sentido por parte de algunos analistas de la obra de Lenin, tiene al “Qué hacer” como el principal referente leninista con respecto a su concepción de la organización. Pero aquí convendría señalar una serie de matices con respeto a este referente teórico que Lenin publica en 1902.
Luego del estallido de la revolución de 1905 y la conformación de los primeros soviets en San Petersburgo, las tesis planteadas en el “Qué hacer” como elemento teórico, que en el tema de organización aporta Lenin al debate de la socialdemocracia revolucionaria, merecieron, de parte de su autor, una serie de comentarios que en parte las respaldaban y en otra las rectificaban. Es que los acontecimientos de 1905 demostraron que ante la ausencia de un estímulo juzgado por Lenin tan crucial como el partido revolucionario “capaz de suscitar, orientar y dirigir la acción de masas, éstas desarrollaban un movimiento revolucionario esencialmente político y de amplitud extraordinaria”. Obviamente, la certeza teórica de Lenin, opuesto a todo dogmatismo, hizo que éste tomara rápidamente nota de las enseñanzas que dejaba la revolución del cinco. Sus ideas fueron volcadas en el prólogo a un texto –En Doce Años, – que pretendía ser la introducción a una recopilación de artículos escritos por él y que aparecería en tres volúmenes en 1907. Pero lo cierto es que esos libros fueron confiscados por la censura y nunca vieron la luz pública. No obstante, el prólogo se salvó de la censura y nos deja importantes claves para comprender el pensamiento de Lenin. En esas páginas Lenin sostiene que “el principal error en que incurren las personas que, en la actualidad, polemizan con el “Qué Hacer” consiste en que separan por completo este trabajo de determinadas condiciones históricas, de un período determinado del desarrollo de nuestro Partido, período que hace ya tiempo pertenece al pasado”. No se trataba, en consecuencia, de una fórmula organizativa general, surgida de un manual de sociología y con pretensiones de universalidad y eternidad, sino del “resumen de la táctica de Iskra, de la política de organización de Iskra en 1901 y 1902”. Dicha táctica resultó a la postre exitosa, y “a pesar de la escisión, el Partido Socialdemócrata aprovechó, antes que ningún otro, el claro pasajero de libertad para llevar a la realidad el régimen democrático ideal de una organización abierta, con sistema electivo, con una representación en los congresos proporcional al número de miembros organizados del Partido” .
Lenin no compara la situación del POSDR sólo con la de otros partidos de izquierda sino inclusive con partidos burgueses, y constata la superioridad del accionar de los socialdemócratas en relación al resto. Es interesante notar aquí cómo la concepción desarrollada en el “Qué hacer» no implica para nada desconocer la importancia de la legalidad y de una organización pública y democrática toda vez que estas sean posibles. No hay endiosamiento alguno de una forma organizativa sino adecuación táctica a las circunstancias imperantes. “Seguir sosteniendo que en 1901 y 1902 Iskra exageraba respecto a la idea de organización de los revolucionarios profesionales es como si, después de la guerra ruso-japonesa, se hubiera echado en cara a los japoneses el haber exagerado las fuerzas militares rusas, el haberse preocupado exageradamente, antes de la guerra, de la lucha con esas fuerzas. Por desgracia, muchos (no ven) que ahora, la idea de organización de revolucionarios profesionales ha obtenido ya una victoria completa. Pero esta victoria hubiera sido imposible si, en su tiempo, no se hubiera colocado esta idea en primer plano, si no se la hubiera inculcado, ‘exagerándola’, a las personas que ponían trabas a su realización”. Esto tiene que ver con la manera con que Lenin estimaba el análisis de las situaciones concretas para articular un instrumento revolucionario adaptados a esas mismas condiciones concretas. No se trata de colocar a Lenin, para justificar la ausencia de análisis estratégicos, en una clase de eclecticismo organizativo, se trata de no convertir en sagrado o descontextualizar las aportaciones valiosas que efectúa Lenin en el debate organizativo. Hacer del centralismo y del profesionalismo las claves organizativas significan, precisamente, ocultar las valiosas y enormes aportaciones del leninismo a la concepción organizativa del proletariado revolucionario; el centralismo democrático, como relación dialéctica entre la centralidad y la democracia son las auténticas claves de la concepción leniniana a la organización.
Esa manera dialéctica y científica de afrontar los retos revolucionarios tienen especial interés en el instrumento revolucionario de las masas en el proceso de octubre revolucionario. La dialéctica histórica rusa dio origen a la aparición de una nueva forma política, los soviets, que asumieron una centralidad que nadie había siquiera sospechado pocos años antes y que acabó por desplazar a la que hasta entonces tenía reservada el partido. Es más que significativo el hecho de que en las jornadas que se extienden entre febrero y octubre de 1917 Lenin casi no hace mención alguna a la cuestión del partido en las vísperas mismas de la revolución. Con su certero instinto sabía que el protagonismo pasaba por los soviets y no por el partido. Que este tenía una misión que cumplir, pero que el ritmo y la dirección del proceso revolucionario estaban dictados por los soviets y que las tareas del partido sólo adquirirían sentido y gravitación al interior de los soviets y no desde fuera. De ahí la sorprendente radicalidad de sus famosísimas Tesis de Abril, en las cuales, para estupor de sus propios camaradas de partido, plantea la consigna que habría de ser la “guía para la acción” durante todo ese tormentoso período revolucionario: “¡todo el poder a los soviets!”. Actitud esta que se reitera en una de sus obras más importantes, El Estado y la Revolución, escrita en el vértigo final de la revolución y en donde la referencia al partido está ausente o tiene un carácter absolutamente marginal. En ese sentido en el planteamiento de Lenin, su función histórica había sido asumida por esa nueva forma organizativa, los soviets, sobre la cual descansaría el éxito de la inminente revolución. De alguna manera este silencio también constituye una elocuente autocrítica.
De esta reflexión hay que sacar la conclusión de que para Lenin la relación entre las masas y el partido es básica para definir un proyecto revolucionario. Lo más contrario al leninismo es una interpretación sustitucionista de las masas por el partido revolucionario. Toda revolución es obra de las masas trabajadoras, es una acción política de masas y, por tanto, la labor del partido es orientar, dirigir y colocar los elementos dinámicos y esenciales, en cada momento, que ayuden a fortalecer y hacer avanzar a las masas revolucionarias. Interpretar que el partido es el centro del momento revolucionario es no ser leninista, dado que son las masas proletarias las que deben proyectar su acción en modelos organizativos propios y eficaces para su labor revolucionaria. A su vez sólo la organización revolucionaria de vanguardia es capaz de orientar y dirigir a esas masas hacia su verdadero destino revolucionario.
Se hace apremiante en el movimiento comunista internacional volver a Lenin. Volver a una lectura leninista de Lenin, a una lectura bolchevique. Una interpretación libre de las deformaciones, que a lo largo de la complicada lucha ideológica que ha tenido que afrontar el movimiento comunista, ha conducido a un leninismo retórico, muerto, mecánico y dogmático. Se trata de analizar con profundidad la interpretación teórica que realiza Lenin como dirigente y teórico en su realidad concreta pero de la que es necesaria sacar toda la riqueza que posee.
Recuperar a Lenin, volver al leninismo, hacer una profunda revisión leninista de la experiencia de la lucha de clases desde 1917 hasta hoy en día, es la tarea fundamental y principal del movimiento comunista internacional. Desmomificar a Lenin y llevarlo a las masas trabajadoras para volver a revivir las tareas históricas que se enfrentaron los bolcheviques; la derrota del sistema capitalista y la toma del poder político por la clase obrera mundial. Ese es el reto. Esa es la gran tarea de las y los comunistas hoy a un siglo del triunfo de Octubre.
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