Aún no han pasado tres semanas de las elecciones que ganó con mayoría absoluta el PP en Andalucía y parecería una frivolidad detenerse a analizar su significado.
El acelerado ritmo de los acontecimientos, impone la superficialidad de la inmediatez y la tiranía de la respuesta automática a la última noticia, como la única forma de intervención política acorde a los tiempos y a las exigencias de unos medios en los que, desde hace años, se viene gestando un discurso que, poco o nada, tiene que ver con la realidad de la sociedad y sí mucho con los intereses de los grupos oligopólicos que son sus propietarios.
Pese a ello, y aún lo intrascendente del resultado para los intereses objetivos del pueblo trabajador andaluz, por lo que suponen de continuidad con las políticas desarrolladas durante muchos años por gobiernos del PSOE y del PP, situamos un párrafo sobre esa victoria de Juanma Moreno.
Si durante décadas un Partido llamado de izquierdas, como el PSOE, hace una gestión de gobierno despótica, fundamentada en el clientelismo y propiciando valores económicos y culturales de corte liberal y profundamente conservadores, es solo cuestión de tiempo que en la alternancia parlamentaria propia de este sistema, se imponga el legítimo representante de esos valores que, por lo demás, con su gestión de gobierno ha demostrado que no hace las cosas muy diferentes a como las hacían sus predecesores.
Un episodio de lo que el profesor Doménico Losurdo definía como “monopartidismo competitivo” y que, para nuestra más fácil compresión, podemos situar como la vuelta a un bipartidismo imperfecto en el que, tras una década convulsa en la que se experimentaron nuevos actores políticos, los intereses del gran capital vuelven a estar suficientemente asegurados por PP y PSOE con sus respectivas muletillas.
Cumbre de la OTAN, guerra en Ucrania y guerra generalizada, incremento del gasto militar, inflación desbocada, traición al Sahara, ruptura de relaciones comerciales con Argelia, subida de tipos de interés, pobreza, asesinatos en Melilla, fin de los hidrocarburos baratos, carestía de la vida, deuda, reparto de los Fondos de Recuperación Next Generation, pacto de rentas, bloqueo de la negociación colectiva, crisis climática, próxima recesión económica…
Un largo listado de asuntos verdaderamente trascendentales para el desarrollo social y el día a día de las personas y sobre los que, en contra de la manipulación mediática constante que padecemos, es necesario interpretar sus causas para enfrentar su superación con criterio propio en defensa exclusiva de los intereses de clase de las masas obreras y populares.
Quebrar la ceremonia de la confusión en la que los datos se instrumentalizan para objetivos muy concretos, y siempre en defensa de las necesidades estratégicas del gran capital y de sus instituciones políticas y militares, es la primera de las responsabilidades que, en un ejercicio constante de análisis e interpretación fundamentalmente dialéctico en el que no tienen cabida recetas de ningún tipo, le corresponde desarrollar a las organizaciones revolucionarias y, muy especialmente, a la vanguardia política, a los partidos comunistas.
No es una elección, es la tarea ineludible que necesitamos enfrentar para, a todos niveles, lograr convertir en trascendentales para el desarrollo de la lucha de clases nuestros análisis y consignas y situarnos como referencia creciente de los sectores más conscientes y organizados del movimiento obrero y popular. Una labor que ha de realizarse partiendo de la realidad material de las masas, vinculando su creciente degradación y pérdida de derechos, a los efectos de la aplicación por parte del Estado de políticas en defensa de los intereses de los monopolios. Es imprescindible generar, desde lo concreto de la reivindicación económica básica, un proceso de creciente conflicto político con el Estado burgués y todas y cada una de sus instituciones.
No es una tormenta perfecta como se pretende presentar, ni mucho menos unos hechos puntuales marcados por determinadas coyunturas de las que siempre son responsables terceros que pasan a ser el enemigo a derrotar en defensa de los “valores de Occidente”. En absoluto, simple y llanamente son las consecuencias inevitables de una crisis general del capitalismo determinada por causas estructurales como la caída tendencial de la tasa de ganancia y la imposibilidad de mantener vivo el ciclo de reproducción ampliada del capital. Una crisis propia de su fase de desarrollo imperialista, a la que el Capital responde como únicamente lo puede hacer: con más violencia, explotación, expolio, concentración y centralización. Una reacción desesperadamente violenta, liderada por el bloque Occidental, encabezado por los EEUU y nucleado en torno a la OTAN, dirigida a derrotar a cualquiera de los actores políticos y económicos que enfrentan su hegemonía, pero, sobre todo, a impedir la reacción de un movimiento obrero capaz de, en el marco de las contradicciones propias de la multipolaridad, levantar la bandera roja del Socialismo y la Paz como único estandarte capaz de salvar a la Humanidad.
Una reacción criminal determinada por una crisis que, lejos de anular las posibilidades de lucha de los pueblos, abre complejos escenarios desde los que avanzar decididamente en la articulación de un programa y unas alianzas capaces de infringir la más severa derrota al Imperialismo y acabar situando a la clase obrera en el Poder.
Un proceso que requiere del optimismo que se deriva de la confianza en el papel histórico de la clase obrera, de la inteligencia política que se nutre de la experiencia de casi dos siglos de luchas que nunca han cesado, del conocimiento científico de la realidad y del compromiso del movimiento comunista para jugar el papel central de dirección política que le corresponde en este complicado engranaje.
Un reto enorme, pero al alcance de quienes ya en el París de 1871 demostraron que sí era posible.
Fue el pueblo de París, sus trabajadores y trabajadoras, los que asaltaron el Cielo. Nadie más.
No quepa la menor duda que serán otra vez los pueblos los que, encabezados por una clase obrera que responda a las consignas de su Vanguardia política, protagonizarán, en un imprevisible proceso de creciente confrontación política con el Estado, la Revolución Social y se articularán como clase en el poder.
¿Y por qué esta reafirmación en la convicción del sujeto revolucionario? ¿Qué la justifica?
No solo para enfrentar el discurso hegemónico que niega la lucha de clases y machaca diariamente con el peligro y, a la vez, el fracaso del comunismo. También porque venimos de décadas de retrocesos y derrotas del movimiento obrero en los que la experiencia práctica de trabajo de masas ha sido muy limitada y los espacios de participación popular no solo se han ido reduciendo a favor de la delegación institucional, sino que han ido quebrando progresivamente su realidad organizativa y política. Un proceso, sin duda, dispar que, vinculado a la Transición y a los consensos alcanzados por las fuerzas políticas y sindicales que participaron de ella, arrastró a la claudicación al conjunto del movimiento obrero y popular, con la excepción de Euskadi y escasas experiencias de resistencia sueltas por el conjunto del Estado.
Una realidad de la lucha de clases, que vivió sus últimas grandes experiencias de participación y protagonismo de masas con el Referéndum de la OTAN en 1986 y la Huelga General del 14D de 1988, y que después solo ha sido capaz de resistir en un progresivo proceso de creciente desmovilización en el que solo se han mantenido organizados y activos pequeños núcleos militantes con sus ámbitos de influencia más directos.
1988/2022. Dos generaciones con muy escasa experiencia de trabajo de masas.
Como resultado del periodo señalado anteriormente y de la imposición de un modelo de intervención política absolutamente alejado de las masas y de la necesidad de incorporarlas en procesos políticos y sociales en las que sean las verdaderas protagonistas, enfrentamos un escenario en el que desde el oportunismo, con la operación de Yolanda Díaz y la suma de liderazgos que congrega, se cierra el círculo que inició Santiago Carrillo y toda la socialdemocracia –la vieja y la nueva-, se unen en un esfuerzo común único orientado en exclusiva a la gestión de gobierno. Ya no hay cielos que asaltar cuando se vive en La Moncloa.
Pero, junto a esa traición definitiva de lo que en perspectiva histórica podríamos calificar como los restos del naufragio del PCE, surgen multitud de proyectos políticos, eminentemente juveniles, que tratan de reescribir la historia de la lucha de clases y del movimiento revolucionario desde una posición de desconocimiento absoluto de la realidad de la clase obrera y sin capacidad alguna de vinculación práctica con las masas obreras y populares. En su día a día, que convierte al “Comunismo” en una caricatura que solo se parece a lo que la burguesía dice de él, se sitúan en una atalaya desde la que en posesión de la verdad que les ha sido revelada por su líder, le hablan en tercera personas a la clase obrera sin ninguna capacidad de influir en ella, ni de interpretar la subjetividad de las masas para transformarla en fuerza revolucionaria mediante una creciente capacidad de dirección política de las mismas. Construyen su idealista realidad endogámica de forma totalmente metafísica, o como se denomina ahora, en el metaverso de las redes sociales y su intervención política –como ha quedado demostrado en las movilizaciones contra la Cumbre de la OTAN- se reduce a puestas en escena para el consumo interno, sin ninguna preocupación en relación a la construcción de estructuras estables de trabajo en contra de la OTAN y las bases norteamericanas.
Su realidad organizativa que nada tiene que ver con el complejo proceso de construcción de la Vanguardia política, y, por la vía de los hechos, se constituye en un permanente crematorio de ilusiones y capacidades militantes de la juventud que, atraída por los ideales del Comunismo, acaba enmarañada en dinámicas tan negativas como éstas que hemos definido.
El tiempo y el desarrollo de la lucha de clases también dirá cuánto de estos procesos responden a la constante intervención de los servicios secretos del Estado en las organizaciones revolucionarias.
Levantar la lucha obrera y popular
En consecuencia, no hay otro camino que seguir hoyando la senda que nunca dejamos de transitar. La lucha de clases, la organización y la participación protagónica de las masas obreras y populares en un creciente proceso de confrontación con el Estado y la burguesía. No hay otra.
En los centros de trabajo, en defensa del empleo y de las condiciones de venta de la fuerza de trabajo, pero también en todos los espacios en los que se expresan las más diversas contradicciones en esta sociedad fundamentada en la explotación y la opresión, es posible levanta barricadas desde las que articular la contraofensiva y avanzar.
La lucha obrera, la de las mujeres trabajadoras en defensa de sus derechos y la igualdad, el internacionalismo, la defensa de la Paz, la lucha por la defensa del Medio Natural, el derecho a la vivienda y las prestaciones sociales, el combate al fascismo, el trabajo vecinal en defensa de los barrios obreros… todos son escenarios de confrontación de clases en los que dialécticamente, en un proceso de acumulación de experiencias protagonizado por las masas y dirigido por la militancia comunista, es posible provocar un cambio cualitativo que convierta todo ese trabajo acumulado durante años, en fuerza revolucionaria capaz de estallar en el más inesperado de los momentos y por la circunstancia más diversa.
La responsabilidad es trabajar para que, en ese proceso que habrá de ser lo más amplio posible y construirse en torno a complejos procesos de unidad de acción, articulados sobre la base de acuerdos políticos y programáticos que partan de la realidad material y concreta de las masas, siempre esté la fecunda guía y la imprescindible referencialidad ideológica marxista-leninista.
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