El presente artículo es la elaboración del camarada Alexis Dorta – Secretario del Área Ideológica del CC – presentada por el PCPE a la edición de la RCI en homenaje al Centenario de Octubre. La crítica a este artículo en el Consejo de Redacción de la Revista Comunista Internacional por parte del PCM y el KKE fue la primera escenificación internacional del trabajo de una fracción propiciada e impulsada por estos dos partidos.
La utilización del cínico pretexto de cuestionarlo por calificar la Revolución de Febrero como burguesa es la razón de la retirada del mismo por parte de la dirección del PCPE. A la vista de los acontecimientos el SP del PCPE entiende que ahora es el momento de hacerlo público.
Sean nuestros lectores y lectoras quienes lo valoren:
Lecciones de Octubre: El PCPE en el centenario de la Revolución de Octubre
La revolución proletaria de Octubre en Rusia, significa unos de los acontecimientos históricos más trascendentes. Pero su trascendencia no sólo se encuentra en que significó que por primera vez se diera un cambio radical en la correlación de fuerzas sociales y políticas que supuso la construcción histórica del poder político de los trabajadores, sino, porque su triunfo colocó al marxismo, y su aplicación práctica en el elemento fundamental de la transformación social.
La importancia histórica de la Revolución Soviética y las lecciones que podemos trascender de ella, colocan varios elementos prioritarios; para que una revolución se dé, se tiene que producir la combinación dialéctica de dos elementos esenciales: uno tiene que ver con el propio acontecer histórico y las condiciones objetivas de desarrollo de la sociedad, las fuerzas sociales que intervienen, el grado de desarrollo de las fuerzas productivas, el nivel de acumulación de capital, la formación y madurez de la misma en la composición de las clases sociales. Todos ellos aspectos que podemos agrupar como elementos objetivos de las condiciones históricas de un proceso social. Pero a estas condiciones habría que sumar, como elementos de vital importancia, la capacidad de dirección del proceso social, su nivel de hegemonía cultural y política del destacamento de vanguardia, su implicación en la clase obrera, su enraizamiento como elemento propio en la clase obrera, la capacidad de iniciativa del partido, la organización y la cohesión interna del mismo.
Y este elemento, es tal vez, el principal a la hora de sacar lecciones actuales para el movimiento comunista, a partir del análisis dialéctico de la experiencia revolucionaria de Octubre. La capacidad que tuvo el destacamento bolchevique, sus dirigentes, sus cuadros, su estructura, para situar, en todo momento, los elementos movilizadores e impulsores de la iniciativa de la masas, entre todo el conjunto heterogéneo amplios y confusos de elementos que existían en un panorama tan dialéctico y dinámico como el contexto social, político y económico de la Rusia de principios del siglo XX. Y el poder situar esos elementos estuvo en la capacidad de la dirigencia bolchevique de tratar el marxismo, exactamente como lo que es, una ciencia social aplicada a un contexto histórico determinado en función de un análisis concreto en una situación determinada. El marxismo-leninismo no debe tratarse como un recetario general de aplicación mecánica a cualquier realidad, el marxismo-leninismo no como un elemento ideológico abstracto de aplicación universal en base a una repetición mecánica de elementos asumidos de forma acrítica y no dialéctica. Sino el marxismo-leninismo como elemento, como método, de análisis de la praxis histórica y como cosmovisión integral de carácter científico, como ideología del proletariado.
Ahora bien, si situamos la necesidad de concretar el análisis como un elemento esencial en la aplicación creadora y real del marxismo, sería interesante realizar un ejercicio básico de focalizar dicho análisis en el panorama ruso que hizo posible el triunfo revolucionario, como forma de demostración de la superioridad teórica y práctica de la dirigencia bolchevique en el movimiento revolucionario de la época.
Lo primero a tener en cuenta es que la Rusia de principios de siglo era una formación social donde convivían de manera contradictoria elementos modernos, de progreso que tenían que ver con el desarrollo capitalista de las fuerzas productivas, con elementos retrógrados que procedían de un pasado enquistado en las estructuras sociales y económicas de la sociedad rusa. Por tanto, los bolcheviques colocaron así, los elementos, que dentro de la correlación de fuerzas sociales jugaban un papel de progreso, de avance social. Había que favorecer el avance de dichas condiciones, que conforme a la fase histórica que se encontraba la sociedad rusa, significaba que había que favorecer los elementos de avance capitalistas. Pero aquí aparece la concepción teórica que permitió al Partido Bolchevique convertirse en vanguardia del proceso: el avance de los componentes capitalistas en la sociedad rusa estaban en función desde la perspectiva bolchevique, en que dichos componentes favorecían, a su vez, el desarrollo del proletariado, como agente social y fuerza material para conseguir el objetivo fundamental del partido como partido de la clase obrera; el socialismo y la destrucción del capitalismo. Es decir, los bolcheviques se proponían desarrollar los elementos del desarrollo capitalista en Rusia como factor principal de la base material que hiciera posible la destrucción de esos mismos elementos capitalistas a través de la acción política del proletariado. Y esto definiría el proceso revolucionario en Rusia; pero no a través de una aplicación mecánica y rígida del marxismo, donde aparentemente era lógico pensar, desde esta perspectiva, que si el objetivo del proceso revolucionario era el triunfo de los elementos capitalistas frente a los retrógrados y reaccionarios representados por el zarismo, correspondía a la fuerza social de la burguesía llevar la dirección política y social de dicho proceso, y por tanto, era el papel del proletariado y su organización política el acompañamiento, en todo caso, crítico en dicho proceso social. Los bolcheviques, realizando un concienzudo y científico análisis de la situación concreta de la sociedad rusa, llegaron a conclusiones y propuestas contrarias a éstas; era tarea principal del proletariado luchar decididamente contra los elementos reaccionarios y zaristas de la sociedad pero correspondía al proletariado no acompañar en dicho proceso a la burguesía, sino arrebatarle la dirección del mismo, combatiendo su concepción. Este planteamiento fue, de hecho, el que posibilitó la base teórica y práctica para el triunfo proletario de la revolución. Porque cuando en febrero de 1917, las fuerzas políticas de la burguesía se hicieron con la dirección del proceso revolucionario, los mencheviques y otras fuerzas revolucionarias se aprestaron a realizar un pacto social a través del cual, reconocían en la práctica, la dirección hegemónica de la burguesía asumiendo que en tanto esta revolución tenía un carácter burgués le correspondía a esta fuerza social la dirección de la misma. El enorme valor del bolchevismo fue imponerse a esta lógica, justificada desde el punto de vista teórico, y hacer del planteamiento independiente de la clase obrera el gran valor teórico de su fuerza social, de tal manera, que precisamente por tener este planteamiento, el bolchevismo se convirtió en vanguardia práctica y revolucionaria del proletariado ruso. El arrebatarle la dirección a la burguesía se convirtió en la identidad movilizadora de los bolchevique a través de la genialidad táctica expresada en las llamadas “Tesis de Abril”, donde Lenin realiza un enorme ejercicio de dominio dialéctico del marxismo, del análisis concreto de la correlación de fuerzas sociales y política y permite a la clase obrera disponer de un enorme patrimonio de propuestas teóricas y prácticas que le conducen hacia la victoria en octubre.
Lenin tuvo en cuenta, que en función del análisis de las condiciones, estableció la estrategia modular del proceso revolucionario en Rusia; por su contenido la revolución rusa era burguesa. Aunque aquí es absolutamente necesario matizar dicho planteamiento histórico; era burgués en su contenido inmediato, concreto, aquel que permitía un desarrollo de las fuerzas productivas, y de la propia productividad, que permitiesen un salto posterior hacia el socialismo. Pero lo realmente significativo de este planteamiento leninista no sólo era la imposibilidad de la propia burguesía rusa de desarrollar con entera capacidad el capitalismo en Rusia en función de su política de pacto con las fuerzas reaccionarias de la sociedad, en función de su temor por el avance organizativo y político de la clase obrera y el campesinado ruso, sino, y esto es lo realmente importante en el planteamiento leninista, el proceso revolucionario era percibido como un proceso continuo y permanente, en el que sólo el proletariado era capaz de tener esa visión estratégica del proceso, o más bien, el partido del proletariado. Y aquí aparece el elemento principal en el pensamiento de Lenin y de los bolcheviques; el partido como el centro y motor del pensamiento y el accionar del proletariado como fuerza social. Sólo el partido está en condiciones de diseñar una táctica que se corresponda con los aspectos estratégicos del proceso revolucionario y que permite dotar de coherencia y fuerza a la clase social que se erige en agente histórico. Y de ahí emana una relación dialéctica histórica; el partido desarrolla su capacidad de dirección revolucionaria en función de un análisis científico de la realidad concreta del proceso revolucionario, y dicho análisis se convierte en base material para la clase obrera movilizada que a través de su concienciación de esa realidad se convierte, a su vez, en base material de dicho proceso revolucionario. Es decir, el partido dota de alma, de conciencia, a la clase obrera y ésta es la corporeidad, el cuerpo social, que en su quehacer práctico cotidiano se convierte en fuerza revolucionaria capaz de llevar a cabo la transformación radical de la sociedad.
Esto tiene una particular importancia en la lucha de clases actual. Porque de lo que se debe extraer como lección de la revolución rusa, es precisamente la capacidad dialéctica que tuvo la dirección bolchevique para percatarse en todo momento de cuál era la línea roja de la historia a través de la cual situar a la clase obrera y al bloque histórico de alianza social de la misma a colocar los elementos movilizadores de ruptura con el pensamiento burgués, y por tanto, asegurar la independencia ideológica y organizativa de la clase obrera. Hoy el capitalismo enfrenta una aguda crisis en su proceso de acumulación de capitales. Un violento ataque a las conquistas obreras y populares marcan las características principales del momento social y político. Frente a ese violento ataque, organizaciones con cierta influencia política entre la clase obrera en los ámbitos nacionales y estatales, intentan enfrentarlas reproduciendo el mismo esquema con que enfrentó la Internacional Comunista la consolidación del fascismo en Europa: una política táctica de amplios frentes que permita afrontar con ciertas garantías este proceso de resistencia ante los ataques a las conquistas consolidadas; un frente amplio de alianzas que mitigue y atenúe las diferencias entre los componentes de la misma. La lógica de este planteamiento puede ser la siguiente; esos ataque son generalizados, no sólo afectan a la clase obrera, se extiende al conjunto de los sectores populares y las capas medias; profesionales, intelectuales, etc, por tanto, a un espectro amplio de la población que podemos catalogar de “ciudadanía”.
Estos ataques son llevados a cabo por un segmento limitado de la sociedad, aquellos sectores ligados a las parcelas especulativas del capital financiero, no productivo de la economía. Y no son productos de la marcha normal de la economía social de mercado, son producto de una gestión privada, especuladora y corrupta de la gestión política, no tienen que ver con la dinámica general de la economía de libre mercado. Esta es, grosso modo, la lógica que subyace tras el planteamiento de formaciones políticas como Podemos, Izquierda Unida, el Partido Comunista Francés o Reconstrucción Comunista en Italia.
Si aplicamos con rigor, sacando las necesarias lecciones de la experiencia de la revolución obrera y campesina en Rusia podemos señalar; Lo prioritario, lo esencial, lo importante de esta situación actual y en cualquier situación del partido de la clase obrera es asegurar el pensamiento y la acción política independiente de la clase trabajadora; por tanto, es totalmente necesario señalar que el momento político y social actual exige colocar claramente el carácter intrínsecamente capitalista de esta crisis, del carácter oligárquico de los ataques a la clase trabajadora, y que es precisamente hacia esta clase social donde está dirigido el ataque principal; en la necesidad del capital de devaluar el valor de la fuerza de trabajo como elemento esencial para remontar las ganancias capitalistas; es decir, se trataría para las fuerzas comunistas de colocar a la clase obrera como el centro social único capaz de poder históricamente dirigir un contraataque social y político dotándole de las señas de identidad ideológicas necesarias para convertir a la clase trabajadora en sujeto social activo y movilizado, capaz, a su vez, de tejer su política de alianza que permita la puesta en pie de un bloque histórico de poder frente y contra puesto al poder burgués.
Por tanto, el camino es el contrario a la disolución de la clase obrera en un cúmulo de fuerzas sociales amplios y difuso, apelando al concepto de ciudadanía, es precisamente todo lo contrario, o justamente, lo contrario; un concreto y determinado bloque de fuerzas sociales donde el protagonismo direccional recaiga en la clase obrera y principalmente en su organización política. Tal y como, en un contexto social y político diferente hicieron los bolcheviques hace justamente cien años; esa es la gran lección política que hoy está vigente de esa enorme Revolución social.
Hay otra lección importante que extraer de la experiencia de la revolución rusa y que tiene un significativo paralelismo con la situación actual en la lucha de clase; el planteamiento de Lenin en cuanto al cambio en la visión táctica del proceso revolucionario en función del análisis marxista concreto de la situación que determinó una reinterpretación en su concepción táctica y estratégica de la llamada “dictadura democrática de obreros y campesinos”. Y el factor determinante estuvo en el defensismo. Conforme a la analizada concepción del carácter burgués de la revolución en Rusia, Lenin señaló que el papel del proletariado junto al campesinado era el impulso de la revolución democrática, el peso abrumador de una población campesina, ansiosa por poseer la tierra a través de una profunda reforma agraria, hacía imprescindible una alianza social entre el proletariado y el campesinado para derrotar al zarismo. Cuando triunfa la revolución de Febrero y gracias, fundamentalmente a la movilización del campesinado a la guerra a través del ejército, se erigen los Soviets como espacios organizativos de la clase obrera y la pequeña burguesía, una parte de la dirección del partido Bolchevique plantea otorgar a los soviet, como materialización de esta política de alianza con la pequeña burguesía, el papel de presión sobre el gobierno provisional burgués para enfilar unas reformas más hacia la izquierda y hacia las masas populares.
El papel del partido de la clase obrera era reforzar la revolución democrática, orientar y presionar al gobierno para que realizara una política conforme a los intereses de la mayoría expresada en los Soviets, y defender las conquistas revolucionarias incipientes de febrero. Lenin se opuso vigorosamente a esa concepción. Percibió que la antigua doctrina de dictadura democrática de obreros y campesinos era la expresión más acabada de esa política de alianza expresada en la práctica a través de unos soviets conciliadores y pactistas, y determinó la necesidad de entrar en una nueva etapa revolucionaria. Situando una superación dialéctica entre reforma y revolución, conforme al análisis concreto de la situación revolucionaria; los soviets tendrían que ser la expresión material y social del salto cualitativo de la situación, ser la expresión de las masas trabajadoras hacia el poder proletario, hacia la aniquilación del poder burgués. Los soviets no serían el paso previo a la consolidación de las formas parlamentarias del poder burgués, sino el espacio organizativo, movilizador de las masas para crear su propio poder. Se necesitaba un combate decidido y decisivo en el seno del partido de la clase obrera para derrotar las concepciones defensistas, las concepciones democráticas, las que asumían que la cuestión del Poder no estaba en el orden del día del partido del proletariado, en tanto en cuanto, el poder estaba compartido entre la burguesía y las masas populares y éstas todavía estaban en condiciones de profundizar las reformas democráticas.
El planteamiento de Lenin hizo saltar esas concepciones conciliadoras por los aires en los debates partidarios colocando al partido en las condiciones necesarias para afrontar de manera decisiva el tema del poder y con él la cuestión de las reformas: La presión sobre el gobierno burgués es el camino de las reformas. Un partido marxista revolucionario no renuncia a ellas, aunque éstas se refieran a cuestiones secundarias y no a cuestiones esenciales. No se puede obtener el Poder por medio de reformas ni se puede, por medio de una presión, forzar a la burguesía a cambiar su política en una cuestión de la que depende su suerte. Precisamente por no haber dado lugar a esa táctica de crear una presión reformista, la guerra creó una situación revolucionaria, como un enfrentamiento abierto, nítido y virulento entre clases. Era necesario seguir a la burguesía hasta el fin o sublevar a las masas contra ella para arrancarle el Poder.
En el primer caso, podrían obtenerse ciertas concesiones de política interior, a condición de apoyar sin reservas la política exterior del imperialismo. Por eso se transformó abiertamente el reformismo socialista en social-imperialismo desde el principio de la guerra. Por eso se vieron obligados los elementos revolucionarios verdaderos a crear una nueva Internacional. Esto marcó en la práctica la división entre reforma y revolución como el elemento esencial en el combate al oportunismo y elemento central, así mismo, de la estrategia revolucionaria. Hoy en día el debate sigue en pie. La participación de las fuerzas comunistas en las instituciones burguesas y en las áreas de gobierno como elemento de avance en la política de reformas democráticas hacia el conjunto de las clases trabajadoras. La cuestión central aquí, como lo fue en el proceso revolucionario ruso, es la cuestión del poder. El Poder es único, no es ambivalente, se puede dar situaciones concretas de dualidad del mismo, como fue en el periodo de febrero a octubre, pero el poder de clase es excluyente. No debe existir ambigüedad ideológica frente a este problema. La participación en áreas y programas gubernamentales, en las instituciones, la defensa de las instituciones burguesas como democráticas, suponen una renuncia a la concepción de poder que hizo posible precisamente el primer Poder obrero en el mundo. El Poder es una cuestión de fuerzas sociales, es, por si misma una correlación dialéctica de fuerzas sociales, históricas y concretas. Es la lucha concreta de dos proyectos, de dos fuerzas básicas, que determinan por si mismas la dinámica de la formaciones sociales actuales en el mundo; la burguesía y el proletariado. Y ambas fuerzas son excluyentes, la fuerza de la clase obrera desaparece conforme asume como propia las instituciones que sirven, en el marco actual, para hacer posible el proceso de acumulación de capital. No se trata de la no participación de las fuerzas comunistas en las instituciones burguesas, se trata de cómo se participa en ellas; no para reforzarlas, no para aceptar la concepción democrática de que estas instituciones son la representatividad objetiva de las clases sociales en la sociedad capitalista, no en su concepción estática de la realidad, tal como una foto de la misma. Sino como elementos esenciales ideológicos y prácticos de la dominación burguesa; como elementos instrumentales al proceso nacional y estatal de acumulación de capital de la burguesía. Por tanto la política coherente es señalizar estas instituciones como consustanciales a su esencia de poder de clase y consecuentemente romper ideológicamente con la concepción “democrática” que a modo de cuña ideológica introduce la pequeña burguesía en el pensamiento y en la acción política del proletariado. Lenin fue pionero en esa lucha y de él debemos extraer toda la lección para los momentos actuales.
La lección más importante de la Revolución de Octubre es la que se deriva de su propio papel como partido, y que es extensible al papel de todo Partido Comunista; que consiste en la toma del Poder para proceder a la reconstrucción de la sociedad socialista hacia el comunismo.
En nuestro partido se ha hecho muy común la apelación a “bolchevizar” el partido. Se trata, en efecto, de una tarea urgente y apremiante, pero convendría señalar y delimitar que se entiende por “bolchevizar”. El bolchevismo no es una doctrina, o más bien, no sólo es una doctrina, sino un sistema integral de educación revolucionaria para llevar a cabo la revolución socialista. Qué significa, por tanto, bolchevizar al partido; significa educar a la militancia del Partido para que cuando tengan que transitar por los caminos de octubre, al igual que hicieron los bolcheviques, no flaqueen, no concilien, no capitulen. Hacer del marxismo-leninismo un arma teórica cargada de futuro, a través de una interpretación precisa, concreta, histórica, fehaciente y científica del pasado y sus lecciones, de las que las derivadas de la revolución de octubre se erigen como principales de nuestro patrimonio histórico.
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