EL SEÑUELO DE LA REPÚBLICA BURGUESA

Abr 10, 2015 | Comité Central

Una de las características fundamentales de las formaciones oportunistas es la utilización de un discurso engañoso que, apoyándose en elementos arraigados en la conciencia del pueblo, instrumentaliza esos mismos valores y creencias para dar cobertura a una práctica política que nada tiene que ver con el sentido real de esas categorías o posiciones que forman parte generalizada del imaginario popular.

Y un ejemplo paradigmático de esa conducta lo constituye en España la cuestión de la lucha por un Estado republicano.

La lucha heroica por la defensa de la II República
El punto de partida para esta cuestión es la gesta heroica de la clase obrera, y otros sectores del pueblo, en su lucha contra el fascismo en la Guerra Nacional Revolucionaria de 1936-1939. Gesta tan extraordinaria que en un estado proletario sería hoy Fiesta Nacional, mientras que en esta dictadura del capital es parte de la historia condenada al olvido y el ocultamiento.

Con ese origen histórico la lucha por la República tiene en España un sustrato histórico de un alto valor simbólico; con un rotundo reconocimiento, también, por el movimiento revolucionario internacional.

La bandera de la reivindicación republicana fue una clara seña de identidad de la lucha contra la dictadura de Franco, con tan alta potencialidad que definió por un largo período la línea que deslindó las posiciones de las distintas fuerzas políticas: a favor de la República o a favor de la Monarquía.

El capitalismo tardío español se convirtió en imperialismo
Pero lo que fue una reivindicación con todo el sentido político en el primer tercio del siglo pasado no ha permanecido inalterado con el desarrollo del capitalismo español. Lo que, entonces, fue un elemento central del programa revolucionario pasó a convertirse en un elemento sin sentido con la plena integración del capitalismo español en las estructuras del imperialismo internacional.

El altísimo grado de desarrollo de las fuerzas productivas, la consecuente agudización extrema de las contradicciones internas dentro del sistema capitalista español, el intenso proceso de concentración y centralización del capital, colocó a la clase obrera ante un nuevo escenario de la lucha de clases que se concreta en una modificación sustancial del programa hacia la revolución socialista en el Estado Español.

Hoy en el siglo XXI, ya no existe en España una burguesía (o una fracción de la misma) que pueda realizar aportaciones de carácter democrático dentro del capitalismo español. Las clases dominantes ya no tienen ningún recorrido en la defensa de las libertades y de la democracia. Hoy el capitalismo español no deja margen ninguno para tal programa político en sentido de avance revolucionario.

Confluencia por la Segunda Transición
El PCPE ha caracterizado la actual estrategia de las clases dominantes en nuestro país como de “Segunda Transición”, para tratar de superar la actual crisis en la cúspide. Así calificamos al actual intento de cambiar algunas formalidades de la superestructura del sistema para, con ello, conseguir consolidar un nuevo período de estabilización de su brutal dominación.

Los paralelismos con lo que fue el desarrollo de la “Primera Transición” saltan a la vista.

Al final de la dictadura de Franco, y con la finalidad de configurar otra nueva etapa de la dictadura del capital, el bloque histórico de poder desarrolló una elaborada estrategia que, entre otras cosas, necesitaba anular la capacidad de lucha del entonces principal destacamento de la clase obrera, el PCE.

Los “Pactos de la Transición” -en los que jugó un especial protagonismo Santiago Carrillo con el apoyo incondicional del Comité Ejecutivo del PCE-, se sustentaron en la defensa de las libertades y la democracia burguesas. El PCE, siguiendo una actuación coherente con su anterior deriva oportunista a partir de la formulación de la “reconciliación nacional”, hizo del objetivo de garantizar “la vuelta a la democracia” el límite de su programa político. Ello lo formuló por escrito Carillo en “Eurocomunismo y Estado”, donde pretendió hacer una revisión de la teoría leninista del Estado.

Las iniciales posiciones de “Ruptura democrática” fueron derivando hacia el pacto y la transición.

En el programa del PCE de esos años -aceleradamente alterado por sus Congresos de ese período- no quedó nada del programa de la clase obrera. Todo se entregó a la estrategia de consolidación del poder de las clases dominantes. Un Partido con sentido de Estado, como decían sus mismos dirigentes.

La modernidad y lo nuevo
Esos Pactos de la Transición, que dejaron a la clase obrera en el más absoluto desamparo, tuvieron posteriores escenificaciones en los “Pactos de avance democrático”, “Pactos de Progreso”, “Nueva izquierda”, “Casa común de la izquierda”, etc. Distintas denominaciones para una progresiva liquidación de la capacidad de organización y lucha de la clase obrera, y una derrota ideológica de carácter histórico que puso a los pies de la burguesía a buena parte del proletariado de este país.

Ahora que los efectos balsámicos de esos Pactos de la Transición se agotan, y van perdiendo su eficacia paralizante al ritmo del desarrollo de la crisis del capitalismo español, se pone en marcha una nueva estrategia de cambio de algunas formas de la superestructura para conseguir mantener intacto el sistema de dominación de las mismas clases parasitarias explotadoras.

Y es en ese escenario donde el nuevo oportunismo se presenta con la bandera de la República como gran aportación colaboracionista con la estrategia de las clases dominantes.

República a secas, sin más.

Es decir, una República burguesa, una República como forma del Estado capitalista español. Pareciera que la historia no se ha movido, que las coordenadas de la lucha de clases fueran las mismas que las de 1931, que la estructura de las clases no hubiera cambiado, que el capitalismo internacional fuera el mismo que el del principio del siglo pasado.

Esto es imperialismo
Esta posición de los distintos partidos reformistas quiere ignorar que dentro del sistema capitalista internacional -también en el español-, se ha dado un cambio cualitativo, un proceso de “descomposición” como dijera Lenin, que le lleva inexorablemente hacia un aumento despiadado de la explotación y hacia formas de dominación cada día más violentas y dictatoriales.

No se defiende ninguna propuesta para destruir la actual base material del sistema de dominación capitalista, y tan solo se pretenden retoques formales en su superestructura para obtener una nueva forma de legitimación, para conseguir un nuevo tiempo de dominación dictatorial sin conflicto social.

Obviamente todas estas formulaciones niegan el carácter de clase del Estado. Se presenta al Estado como la institución garante de los derechos de “la ciudadanía”, que puede ser gestionado dentro del capitalismo por gentes honestas para conseguir el bien de la mayoría social.

Así tratan las clases dominantes de combatir la lucha de la clase obrera por el objetivo del poder obrero y por la revolución socialista.

República Socialista de carácter Confederal
La argucia histórica tiene su rentabilidad política en esta situación. El desarme ideológico en que quedaron amplios sectores de la clase obrera tras la Primera Transición facilita que se presente la reivindicación republicana como algo similar a lo realizado en el primer tercio del siglo XX, y que el engaño funcione en un sector amplio de las masas.

Las clases dominantes no tienen ninguna objeción seria a esta propuesta. Ahora que la monarquía se ha convertido en una institución más débil, después del descrédito del período juancarlista y de la enclenque capacidad de Felipe VI para suscitar los mismos consensos que su padre, la opción republicana es una de las variables consideradas por las clases dominantes como señuelo a utilizar en un momento de ascenso de la lucha obrera y popular para distraer y desinflar procesos más consistentes de cambio social y político revolucionario.

Las actuales coordenadas de la lucha de clases colocan en el orden del día la propuesta de República Socialista de carácter Confederal como la respuesta ajustada al grado de desarrollo de las contradicciones en el capitalismo español, y se expresa en una política de alianzas que se sustancia en el Frente Obrero y Popular por el Socialismo (FOPS). Una alianza de la clase obrera con otros sectores del pueblo, con la participación determinante del Partido Comunista que se organiza sustentado en un programa político que establece las líneas estratégicas del futuro Estado socialista.

No nos engañarán con la Segunda Transición y con sus distintos mariachis.

Carmelo Suárez